Tú, frente a mi, sentados en una cama a oscuras, la penumbra era caprichosa y parecía estar de mi parte, pues me dejaba verte al menos los ojos, esos ojos tan indecisos que a veces eran verdes y otras tantas de color marrón.
Estabas demasiado cerca de mi, mirándonos el uno al otro fijamente y tu mirada penetrándose en mi alma.
Yo, que soy curiosa, de pronto me fijé en tus labios, que al percatarse de que los contemplaba, esbozaron una enorme y maravillosa sonrisa, la curva más perfecta jamás dibujada, a la que hasta el mejor de los pintores tenía envidia.
Tu lengua quiso hacer acto de presencia y recorrer aquella curva tan peligrosa, por la que estaba dispuesta a arriesgarme y a tropezar en ella una y mil veces, mojándola a su lento paso. Al ver aquello se me sacaron los labios al instante, sentí morir de sed, y sólo tu boca podía saciarme.
Levantaste aquellas manos tan perfectas, algo dudosas pero deseosas de rozar mi piel, se aproximaron a mi y se deslizaron por mi cara suavemente, mientras uno de los dedos perdió el rumbo y decidió recorrer mis labios, que estaban algo entreabiertos de la excitación, intentando contener los jadeos.
Decidiste dejar correr tus manos libremente y que se perdieran por mi cuerpo lentamente. Con la esperanza de encontrar de nuevo tus manos, tu boca de terciopelo ardiente, decidió ir en su busca, recorriendo a besos cada marca que las manos habían dejado plasmadas sobre mi cuerpo, hasta al fin encontrarlas.
Yo, tan inquieta que, tras mostrarte mi malicia en una sonrisa, decidí explorar tu espalda, aquella espalda que tan bien me había aprendido de tanto mirarla, y me aventuré a dibujar un mapa infinito con mis dedos lentamente sobre ella. Podía notar como intentabas disimular, sin logro alguno, las cosquillas y el placer que te producían mis caricias.
Mi lengua, harta de esperar, quiso salir a contemplar aquel magnífico panorama y decidió cual sería su primer lugar donde debía explorar. Acerqué sigilosamente mi boca hasta tu cuello, podíamos sentirnos mutuamente nuestras respiraciones nerviosas y desorbitadas. Sentiste mi aliento, impregnado de calor, lujuria y deseo. Me relamí con mirada felina a tus espaldas, al pensar en lo que iba a degustar a continuación. Y mis labios se posaron sobre tu cuello terso y suave, recorriéndolo a cada extremo, besándote poco a poco y saboreando con mi lengua cada milímetro de aquel lugar que, lo único que provocaba era más deseo, mientras te veía como agarrabas el colchón cerrando los puños con fuerza, intentando controlar aquel animal que llevabas dentro y que quería salir a jugar. Mi boca bajó hasta tus hombros, deslizándose por aquella pendiente tan deliciosa. Decidí volver a situarme frente a ti, ambos acercamos nuestras caras hasta que apoyaste tu nariz sobre la mía, nos miramos fijamente y ninguno de los dos pudimos evitar esbozar nuestra sonrisa más pícara llena de intenciones. De repente se hizo el milagro más espectacular jamás soñado, tus labios se encontraron con los míos y se fundieron en un largo beso apasionado, del cual ninguno de los dos tenía intención de poner final, mientras mis dedos se sumergían en tu pelo, que tanto me gustaba acariciar...
10:00 de la mañana, el despertador hizo presencia y me despertó. Me encontraba desorientada y empapada en sudor. Después de unos minutos mi cerebro se activó y mis peores sospechas se confirmaron, todo había sido un sueño, uno más de todos los que tenía cada noche, como no, siempre contigo.
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